jueves, 11 de enero de 2018

Franco. El hombre superior providencial


Verdades obvias que todos debieran suscribir por higiene intelectual, moral y política. Franco fue el hombre superior providencial que libró a España del comunismo, de la miseria y del hambre. Uno de los hombres más inteligentes del siglo XX. Nada que reprocharle a un hombre que inauguró una edad de oro para España en el siglo XX. Sólo los resentidos, mediocres y enanos lo aborrecen y quieren ejercitar una damnatio memoriae de su figura gigante en contraposición a los enanos demócratas y progresistas. La falta de lecturas hace que la izquierda sea ágrafa.


PÍO MOA RESPONDE A GARCÍA CÁRCEL

‘Franco ganó la guerra sin perder ninguna batalla importante’

 

La Gaceta

España          / 05 enero, 2018 

 El historiador Ricardo García Cárcel escribía hace algunos días en El Español un texto hipercrítico con el régimen franquista donde arremetía duramente contra el general. Moa responde, uno por uno, a lo que considera “mitos” de García Cárcel.

Ricardo García Cárcel se ha creído en la obligación de clarificar lo que llama “el mito de Franco”, que según él gira “En torno a cuatro ejes: que Franco ganó la Guerra Civil con habilidades estratégicas dignas de Napoleón; que salvó a España de la destrucción al resistirse a entrar en la órbita de Hitler; que pilotó la salida de España del hundimiento económico y que fue el que urdió el proceso de la transición a la democracia. Vida privada y vida pública impecables conjugadas. Tenacidad, serenidad, sobriedad, desconfianza gallega y laboriosidad serían sus principales cualidades. Los defectos o más bien excesos se le atribuirían a su mujer. La nómina de elogios ha sido abrumadora y entre sus virtudes añadidas se han destacado su condición de gran cazador y pescador, experto en poderes sobrenaturales y hasta dominador extraordinario de las constantes fisiológicas. Hoy el relato épico y heroico de Franco está agotado pese a los intentos de Pío Moa. Los historiadores, ya desde la derecha (Payne), ya desde la izquierda (Preston), están todos de acuerdo en asumir la extrema mediocridad del personaje, su falta de ideas, su ambición de poder, su capacidad de supervivencia, su cercanía a dictadores latinoamericanos más que al propio fascismo europeo, su inserción en una historia larga de reaccionarismo ideológico español y de guerracivilismo”.

Esta sarta de… lo que sea, ha sido publicada en El Español bajo el rótulo de pensamiento, y ciertamente da una idea de lo que es el pensamiento antifranquista. Por partes: Franco ganó la guerra sin perder ninguna batalla importante. Napoleón perdió la guerra y además varias batallas cruciales. No hay, por tanto, comparación, salvando las escalas. Además, Franco partió de una posición prácticamente desesperada que habría hecho abandonar la partida por anticipado a casi cualquier otro general o político. Y la terminó elegantemente, sin disparar un tiro, después de haber adquirido poco a poco una superioridad aplastante, mientras sus enemigos se masacraban y fusilaban entre ellos mismos. ¿Ignora estos datos elementalísimos  el señor García Cárcel? Pues, la verdad, no me extrañaría, dado el penoso estado de la universidad. La guerra, además, no se hizo porque sí, no la hicieron cuatro locos como pretende Pedro J, otro pensador antifranquista. Se hizo para salvaguardar la unidad nacional, la cultura cristiana, la propiedad privada y la libertad personal, aunque para todo ello fuera necesario restringir  las libertades políticas. Y la iniciaron las izquierdas, no los “reaccionarios” como sugiere García Cárcel.

Luego, España no entró en la guerra mundial, con Franco ostentando la máxima autoridad; pero al pensamiento antifranquista le parece que no hay ninguna relación entre una cosa y la otra: la neutralidad, afirman, no se debió a Franco.  Aquí, el retorcimiento argumental escala cimas muy altas. Sin Franco, les guste o no, habría sido imposible evitar para España una guerra mucho más devastadora que la civil. Y ello se logró en medio de tremendas presiones y peligros, en situaciones rápidamente cambiantes en Europa. Fue una hazaña muy poco inferior a la de haber vencido a un Frente Popular compuesto de totalitarios, separatistas y golpistas  e indirectamente a su tutor Stalin.  ¿O le parece al señor García Cárcel que se trata de una fruslería que habría realizado cualquiera?  En el fondo, los pensadores antifranquistas desearían que España hubiera sido arrastrada al conflicto para poder ser “liberada” después por los bombardeos y tanques useños;  y volver al caos de la república  o de una monarquía como la que engendró aquel caos. Les da igual el torrente de sangre que habría costado tal “liberación”, no solo a España, sino a los demás países, incluidos los finalmente vencedores. ¿O no entran estas consideraciones en los análisis de García Cárcel?

Por otra parte, nadie, que yo sepa, sostiene que Franco urdiera o pilotara la transición a la democracia, como afirma nuestro pensador. Sí, en cambio, son ciertas dos cosas: que sin la transformación social y económica del franquismo, la democracia habría sido inviable; y que, efectivamente, la transición se hizo de la ley a la ley, es decir, a partir del franquismo, de su legitimidad; y no a partir del criminal Frente Popular, como propugnaban y propugnan los descerebrados antifranquistas. Estas no son opiniones sino hechos históricos que no podrá borrar la retórica hueca al uso, que está pudriendo la democracia hasta hacerla irreconocible.

Prieto sobre Franco: “alcanza el grado supremo del valor: es sereno en la lucha” En cuanto al carácter personal de Franco, es indudable su sobriedad, que no deja de ser una acusación a los políticos corruptos hoy tan frecuentes; o su valor, reconocido  por sus enemigos (“alcanza el grado supremo del valor: es sereno en la lucha”, admitía el socialista Prieto). Y su inteligencia militar y política está fuera de duda, salvo para ciertos descerebrados: durante cuarenta años venció sistemáticamente a todos sus enemigos, militares o políticos, internos o externos… ¡el condenado mediocre! Pero García Cárcel, siguiendo una línea permanente en el antifranquismo, caricaturiza opiniones contrarias para permitirse el gusto pueril de reírse de ellas.

Por lo demás, otros méritos contribuyen al “mito” de Franco: venció también al maquis, una difícil guerra de guerrillas comunista como la que en Grecia obligó a Inglaterra a tirar la toalla. Venció asimismo al aislamiento internacional, que perseguía el bonito objetivo de sembrar hambre masiva en España, a ver si los españoles se decidían a derrocar a Franco. Un aislamiento decidido por regímenes comunistas, demócratas y dictaduras variopintas, todos juntos y en unión: no alcanzaron su objetivo y tuvieron que tragar, resignarse al régimen español, aunque no dejaran de hostigarlo. Un régimen históricamente necesario y que no habría podido resistir a tales presiones y hostilidad sin un enorme apoyo de la gente. Pues el pueblo recordaba muy bien lo que habían sido la república y el Frente Popular, no como ahora, cuando sus panegiristas los pintan contra toda evidencia como un ridículo paraíso de libertad y progreso. Y al morir Franco, España era uno de los países más ricos y con mayor esperanza de vida del mundo, había salido de la miseria y degradación de la república y el Frente Popular, y olvidado los odios que ahora vuelven a resurgir por obra de los geniales antifranquistas.

En fin, traten ustedes de pensar en otro general o político del siglo XX, demócrata o no demócrata, español o extranjero, con un historial de logros comparable al de Franco. Hagan este pequeño ejercicio intelectual, que propongo en el libro Los mitos del franquismo.

 

Pero, concluye García Cárcel repitiendo la letanía de rigor: Franco era un mediocre lamentable, sin ideas y con no sé cuántas deficiencias más. Vamos a ver hombre, mírense ustedes al espejo y verán un perfecto reflejo de ese Franco que ustedes se empeñan en imaginar.

 

Mientras no salgamos de esta miseria intelectual y moral, la sociedad continuará descomponiéndose. Y en esto no hay que transigir. Porque existen también tendencias que intentan pasar por imparciales y objetivas a base de dar una de cal y otra de arena: “Hay quien dice que dos y dos son cuatro, otros afirman que son seis. Pongámonos en el justo medio: son cinco”.

 

 

 

 

   

 

 

 

 

 

 

 

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